¿Cuáles son las expectativas de la Academia a propósito del ejercicio de la lectura y la escritura de la comunidad de estudiantes? ¿Con qué herramientas cuenta esa comunidad para cumplir con tales expectativas? ¿Compete exclusivamente a cada estudiante solventar las dificultades que enfrenta en esta área?, ¿puede hablarse de una responsabilidad compartida entre estudiantes y docentes? ¿Hasta qué punto la articulación entre la comunidad de docentes, la institución y el Estado puede acompañar el aprovechamiento de la lectura y la escritura como herramientas para la producción de conocimiento en la Universidad?
Partiendo de esta selección de fragmentos de la obra de Paula Carlino, abrimos la discusión sobre los usos de la lectura y la escritura en la cultura académica, y al lugar de estas herramientas en el proceso de aprendizaje-enseñanza en la Universidad.
Selección de Glenda Medina y María Fernanda Bianco. Notas de Carla Garcerán.
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En
esta habitual configuración de la enseñanza, el que más aprende en la
materia es el docente (Hogan 1996), ya que la mayor actividad cognitiva
queda de su parte (investigar y leer para preparar las clases,
reconstruir lo leído en función de objetivos propios- por ejemplo,
conectando textos y autores diversos para abordar un problema teórico-
escribir para planificar su tarea, explicar a otros lo que ha
comprendido como productor de años estudio.)
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La alfabetización académica no es una propuesta para remediar la (mala)
formación de quienes llegan a la universidad. Por ello, alfabetizar
académicamente no significa en estas páginas transmitir un saber
elemental, separado del contenido sustantivo de la materias,
transferible a cualquier asignatura. Alfabetizar académicamente implica,
en cambio, que cada una de la cátedras esté dispuesta a abrir las
puertas de la cultura de la disciplina que enseña para que de verdad
puedan ingresar los estudiantes, que provienen de otras culturas.
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David Russell, uno de los impulsores del movimiento Writing across the curriculum,
acerca de que ocuparse del escribir de los universitarios no es sólo
hacerse cargo de la escritura sino que es ocuparse de la enseñanza y del
aprendizaje [...]. El estudio de la escritura académica es entonces
parte de una profunda reforma de la educación superior.
Esa
idea de que leer y escribir son habilidades separadas e independientes
del aprendizaje de cada disciplina es tan extendida como cuestionable.
Numerosos investigadores constatan, por el contrario, que la lectura y
escritura exigidas en el nivel superior se aprenden en ocasión de
enfrentar las prácticas de producción discursiva y consulta de textos
propias de cada materia, y según la posibilidad de recibir orientación y
apoyo por parte de quien domina la materia y participa de estas
prácticas lectoescritoras (…) Es decir, la naturaleza de lo que debe ser
aprendido (leer y escribir textos específicos de cada asignatura en el
marco de las prácticas académicas disciplinares) exige un abordaje
dentro del contexto propio de cada materia.
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Que la escritura plantee problemas en la educación superior no se debe,
entonces, sólo a que los estudiantes vengan mal formados de los niveles
educativos previos. Las dificultades resultan inherentes a cualquier
intento de aprender algo nuevo. Lo que ha de ser conocido es que los
modos de escritura esperados por las comunidades académicas
universitarias no son la prolongación de lo que los alumnos debieron
haber aprendido previamente. Son nuevas formas discursivas que desafían a
todos los principiantes y que, para muchos de ellos, suelen convertirse
en barreras insalvables si no cuentan con docentes que los ayuden a
atravesarlas.(…)Es preciso considerar la enseñanza de la lectura y la escritura a lo ancho y a lo largo de la formación superior por varias razones. Por un lado, aprender los contenidos de cada materia consiste en una tarea doble: apropiarse de su sistema conceptual-metodológico y también de sus prácticas discursivas características, ya que “una disciplina es un espacio discursivo y teórico, tanto como conceptual” (Bogel y Hjortshoj, 1984). Por otro lado, con el fin de adueñarse de cualquier contenido, los estudiantes tienen que reconstruirlo una y otra vez, y la lectura y la escritura devienen herramientas fundamentales en esta tarea de asimilación y transformación del conocimiento. Por tanto, los alumnos necesitan leer y escribir para participar activamente y aprender.
Notas:
- La escritura tiene la potencialidad de incidir en el pensamiento. No debería transcribirse lo que se piensa, sino permitir y ejercitar que la escritura misma provea otra forma de pensamiento y estructuración de ideas.
- “Un escritor no es tanto alguien que tiene algo para decir sino aquel que ha encontrado un proceso que proveerá nuevas ideas que no habría pensado si no se hubiera puesto a escribirlas”
- Problemática a la hora de escribir: “Existe un texto original que no necesita ser descubierto o trabajado, sino simplemente comunicado”. Esta cita comenta sobre la tendencia a la transcripción, donde no hay un descubrimiento del propio hecho de escribir. No se suele usar la escritura como una herramienta epistémica.
- El lenguaje escrito es una forma de comunicación diferida (en tiempo y espacio). Por lo que el escritor debe dotar al texto de pistas, características y formas comprensibles para el futuro lector. En otras palabras, escribir textos autónomos: que se valen por sí mismos, sin necesidad de explicaciones por parte de terceros.
- Por lo tanto, no se transcribe lo que se sabe sino que se transforma, se modifica.
- La escritura logra transformar(se) al contextualizar y crear una perspectiva del destinatario. Siempre hay que preguntarse: ¿Qué se quiere lograr con el texto? Este cuestionamiento permite darnos cuenta de cuales son los problemas que podamos tener, tanto a nivel retórico como semántico (de contenido).
- Importancia del Caos creador: permitir que las ideas fluyan, se recontruyan, se desarmen y vuelvan a tomar forma antes de “solidificar” el texto.
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